Hace unos años tenía un grupo de amigos en el gimnasio al que acudía después de mi jornada laboral. Eran tiempos felices en los que todos teníamos puestos de trabajo estables y la vida nos iba más o menos bien, sin grandes complicaciones.
Cada tarde solía acudir a ese pequeño gimnasio de barrio, donde no había demasiados aparatos, ni unas instalaciones excepcionales, sin embargo, lo mejor de allí era su gente. El buen ambiente reinante y la confianza con la que nos tratábamos, me hacían sentir parte de una gran familia.
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